La quema de la puerta de
Palacio Nacional fue una acción coordinada de la gente y su genuina furia por
derrumbar al aparato directamente
responsable de la desaparición de los 43 normalistas y de miles más de los que
no se sabe aun casi nada. Que el acto lo hayan provocado infiltrados del
gobierno, que ellos mismos hayan calculado que la situación da para incendiar
el palacio nacional, sólo puede señalarnos el hecho mismo de que el gobierno
habrá de provocar en lo subsecuente los escenarios de su propia destrucción. El
Narco- Estado agoniza…
La noche del sábado,
había personas ahí, de diversas orientaciones políticas, con vidas distintas,
con contextos muy heterogéneos en lo cotidiano; hubo personas ahí tomando decisiones,
en función de varios clamores que apuntan en varias direcciones, el clamor de
justicia, el clamor de una libertad que se ve amenazada, el clamor de una
dignidad humana que no quiere dejarse avasallar, el clamor de un cambio en el
rumbo de los acontecimientos, la búsqueda de una ruptura que vuelva más
accesible a la esperanza, el alumbramiento de un futuro que no esté
descuartizado.
Los hechos históricos
rebasan cualquier voluntad, la del individuo, la del grupo, la de la multitud,
la de un pueblo… las condiciones objetivas del caso ya han vuelto evidente que
cualquier interpretación de aquellas condiciones no detendrá el curso de los
acontecimientos, esa es la naturaleza de la historia, por lo tanto, ante lo
sucedido nos queda comprender el ¿por qué?, sólo después estaremos en
condiciones de emitir un juicio que nos conduzca al constante, inevitable y
natural replanteamiento de nuestra posición personal frente a lo sucedido y a
su consecuencia práctica, la dirección de nuestra actividad en lo posterior, nuestro
deber frente a aquellxs que se exponen en representación de sí mismxs y de una
identidad que hoy nos aglutina, la identidad de los miles de desparecidos de
este país…y nuestro deber frente a aquellxs que sólo desean aprovecharse de esta
situación.
Lo que sucedió la noche del
sábado en el Zócalo capitalino tiene como actores, para un amplio sector de la
población que cuenta con algún elemento informativo para construir una lectura
propia de la cuestión, tanto a la parte acusada de estar provocando la
violencia, representada en los policías encubiertos que incitan a quemar la
puerta, como a la parte que solemos reivindicar como la resistencia legítima a
esa violencia, representada en la figura de los manifestantes que legítimamente
acudieron a expresar su repudio a la administración genocida encabezada por
EPN. Se dice de los primeros, en general, “…son individuos con órdenes directas
de arriba de incitar a la violencia”, cumplen una función de irrupción y
desarticulación de las formas “pacíficas” que se plantea el movimiento como las
opciones para estructurar la resistencia, pienso… ¿el movimiento se plantea la
movilización pacífica como método único? Habría que aceptar, con el contundente
ejemplo de las acciones emprendidas por los compañeros normalistas en Guerrero
que esto no es así… La pacífica, es una forma particular de articular acciones
al interior del movimiento, y en general requiere para existir un contexto con
algún grado de tolerancia por parte del poder establecido, un margen para la acción
política pública en el marco de ciertas garantías para el libre ejercicio de la
resistencia o de la aceptación las condiciones de nuestro país, según nos
oriente el buen criterio … Consideremos que tales condiciones no existen más,
que en el diminuto centro que resguarda “la razón pacífica” de los embates de
la “barbarie periférica”, ya han comenzado las detenciones arbitrarias, la
imputación de delitos sin ningún fundamento, y que a esto se suma, la violencia
urbana cotidiana, el secuestro, el robo, la extorción, la trata de personas, la
corrupción de funcionarios y demás embates cotidianos delineados por el horror
que nos causa, la completa ausencia de información confiable sobre las
características específicas, con las que se manifiesta la problemática actual
en cada región de la unidad política y territorial a la que nombramos México, nuestro país, por el horror que causa
la ignorancia, para decirlo bien.
Tal incertidumbre nos
invita a resguardarnos en nuestra normalidad y a acurrucarnos en un discurso
que nos conforte, obviamente vemos ventajas en permanecer mediante la frágil o audaz organización de un discurso, en
nuestras zonas protegidas, -nuestras zonas mentales y físicas- aún cuando la
descomposición del tejido que da sustento a la posibilidad nuestra vida pacífica en esta zona, esté completamente
destrozado, es así, el centro económico del poder establecido es nuestra ciudad
y ella depende directamente de la riqueza que los pueblos generan en todas las
regiones del país y que hoy, para llegar
hasta aquí, está requiriendo del uso de un tipo de violencia que ha degradado
hasta la médula la vida social en todas las regiones, a tal punto que las
salidas pacíficas al conflicto, parecen hoy canceladas.
Esto no quiere decir que
la acción pacífica no tenga lugar en otros contextos de esta misma guerra, pero
sí que la acción no pacífica debe ser considerada en su justa dimensión, en su
coyuntura o contexto específico. La violencia que hoy emplean los estudiantes,
las autodefensas, y todas las comunidades que se alzan frente a las fuerzas del
narco-Estado, es completamente distinta de la ejercida por éste para mantener
el clima de pánico entre la población y así asegurar la libre implementación de
sus reformas, de su robo, de su impunidad. No es lo mismo la violencia
objetivada de una acción directa organizada , que la violencia que desata la
acción irreflexiva y aislada de sujetos presos del miedo, sometidos a una orden
que no comprenden y de la cual no reconocen posibles consecuencias,
La acción irreflexiva y
aislada se distingue por su despropósito social, una acción de este tipo no
cabe en este movimiento, y no por cuestiones morales, sino por cuestiones que
nos remiten a la propia naturaleza de este momento histórico, una acción de
este tipo, no nos moviliza y es fácilmente distinguible, la torpeza del
narco-estado es inmensa. Las acciones de este tipo no sirven más que a los
intereses de quienes quieren que nada pase, que en este caso son los autómatas
que están dominados por el miedo a tal punto, que se pasan el día reciclando
justificaciones para dar sentido a su “actividad pacifista”, que se traduce, en
un contexto de devastación y despojo, en una actividad sumamente violenta, una
actividad que no contribuye más que a la reproducción del modelo civilizatorio
en los términos que la razón dominante demanda, que se manifiesta en el
profundo deseo de regresar a la normalidad. La razón del terror es la razón de
la normalidad a toda costa, la parálisis normalizada, normalidad que nos
condena a reírnos de nuestra degradación ética, de nuestra perversidad, de
nuestra dictadura perfecta. Normalidad que nos condena a saber que así como
vamos, no vamos a ninguna parte y aún así seguir deseándola.
La quema de la puerta
del Palacio Nacional, puede representar el inicio del fin de la normalidad
obligada, no cometamos el error de
confundir los actos de la voluntad, con los actos del poder, los actos de
personas hartas y valientes, con los actos del Estado para reproducir su lógica
terrorista. Del reconocimiento de esa distinción depende directamente la
posibilidad de mantener la unión de un movimiento que corre el riesgo de ser
dividido y diluido de nueva cuenta por las estrategias mediáticas del Estado
genocida, como tantas veces antes ha sucedido.
¿De qué dependerá esta
posibilidad de seguir unidos? Nuestra confianza en este movimiento de
resistencia, debe fundarse en la aceptación de la autonomía de la acción con la
que cuenta cada individuo, y del acompañamiento y respaldo de todas aquellas
acciones que tengan como objetivo, debilitar material y simbólicamente el
discurso hegemónico y construir situaciones donde la recuperación de ciertos
espacios ocupados por el poder se vuelvan factibles, desde los territorios y
sus recursos en juego, hasta los edificios desde donde los siervos del terror
despachan, como el Palacio Nacional.
Está claro, que aun
habiendo conseguido tomar simbólicamente el Palacio, al cabo de un tiempo, las
fuerzas del Estado hubieran acudido a su recuperación con su habitual lujo de
brutalidad, que los costos hubieran sido cualitativamente distintos, y
estaríamos hablando de otras repercusiones, quizá más lamentables aún.
No creo que el día de
hoy, alguien piense que un hecho como el del sábado vaya a resolver nuestro
problema como nación, ni mucho menos,
la autonomía de la
acción requiere considerar minuciosamente el margen de la propia libertad en
relación a la libertad de terceros, fundamento de su efectividad real,
-fundamento de una autonomía personal, comunitaria y nacional realmente funcional,
la persona o grupo que ejerce su autonomía con conciencia busca siempre la
unidad de la teoría y la acción, en ese sentido, una responsabilidad total con la situación. Una autonomía
autoconsciente se desmarca por sí sola de cualquier infamia o falsedad, y es
por esa facultad de la acción autónoma que podemos distinguir entre la gente
que actuamos en función de un genuino impulso transformador, y la gente que nos
es mandada por el Estado para provocarnos. Porque aquel que está ahí por
ordenes exteriores, no será capaz de defender con su palabra y su presencia los
intereses que hoy nos convocan. Así que las etiquetas tan socorridas de
vándalos, provocadores e infiltrados con los que fácilmente se hace tabla raza
de las personas involucradas en este hecho, deben ser puestas con nombre y
apellido, o sólo contribuirán al
sospechosismo, a la falta de confianza y a la desintegración del cuerpo que hoy
defiende su integridad arriesgando su propia vida y su propia libertad. Es muy
fácil señalar desde la comodidad del no lugar, de la no situación. Desde ahí,
claro que todos podemos ser muy objetivos y analizar con detenimiento las
formas más adecuadas de acción directa, pero hace falta estar ahí y estar harto
de vivir aterrorizado por tu gobierno, para tomar parte en una acción de ese
tipo, hace falta valor para coordinarse en el momento con otros para defenderse
de la embestida de los amables granaderos, aún cuando corras el riesgo de que
los mismos que dicen estar a favor de tu causa, se desgarren las vestiduras por
tu decisión, y pasen más tiempo discutiendo y polemizando sobre lo inapropiado
de tu accionar, que planificando una organización tal que nos permita generar
acciones que tomen en cuenta los intereses de todas las partes involucradas en
la circunstancia actual del país, para el deslinde de responsabilidades y para
la construcción de un nuevo escenario, donde la paz sea real y no esta
normalidad inconsciente a la que aspiran los que se perciben a sí mismos como
intocables. Ante la torpe reacción del Estado frente a este hecho y
todos los que han venido sucediéndose para colocarnos en esta triste y desolada
realidad nacional, es nuestro deber
declarar nuestra solidaridad con toda
acción que tenga en su espíritu la liberación de este pueblo, de estas
multitudes nuestras, que desean avanzar unidas en la búsqueda de nuestrxs
desaparecidxs y en la reparación del daño que esta violencia de Estado está
provocando en todos los niveles de nuestra vida social.
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