Nos faltan 43

Nos faltan 43

martes, 11 de noviembre de 2014

La normalidad es guerra.

La quema de la puerta de Palacio Nacional fue una acción coordinada de la gente y su genuina furia por derrumbar  al aparato directamente responsable de la desaparición de los 43 normalistas y de miles más de los que no se sabe aun casi nada. Que el acto lo hayan provocado infiltrados del gobierno, que ellos mismos hayan calculado que la situación da para incendiar el palacio nacional, sólo puede señalarnos el hecho mismo de que el gobierno habrá de provocar en lo subsecuente los escenarios de su propia destrucción. El Narco- Estado agoniza…
                                            
La noche del sábado, había personas ahí, de diversas orientaciones políticas, con vidas distintas, con contextos muy heterogéneos en lo cotidiano; hubo personas ahí tomando decisiones, en función de varios clamores que apuntan en varias direcciones, el clamor de justicia, el clamor de una libertad que se ve amenazada, el clamor de una dignidad humana que no quiere dejarse avasallar, el clamor de un cambio en el rumbo de los acontecimientos, la búsqueda de una ruptura que vuelva más accesible a la esperanza, el alumbramiento de un futuro que no esté descuartizado.
Los hechos históricos rebasan cualquier voluntad, la del individuo, la del grupo, la de la multitud, la de un pueblo… las condiciones objetivas del caso ya han vuelto evidente que cualquier interpretación de aquellas condiciones no detendrá el curso de los acontecimientos, esa es la naturaleza de la historia, por lo tanto, ante lo sucedido nos queda comprender el ¿por qué?, sólo después estaremos en condiciones de emitir un juicio que nos conduzca al constante, inevitable y natural replanteamiento de nuestra posición personal frente a lo sucedido y a su consecuencia práctica, la dirección de nuestra actividad en lo posterior, nuestro deber frente a aquellxs que se exponen en representación de sí mismxs y de una identidad que hoy nos aglutina, la identidad de los miles de desparecidos de este país…y nuestro deber frente a aquellxs que sólo desean aprovecharse de esta situación.

Lo que sucedió la noche del sábado en el Zócalo capitalino tiene como actores, para un amplio sector de la población que cuenta con algún elemento informativo para construir una lectura propia de la cuestión, tanto a la parte acusada de estar provocando la violencia, representada en los policías encubiertos que incitan a quemar la puerta, como a la parte que solemos reivindicar como la resistencia legítima a esa violencia, representada en la figura de los manifestantes que legítimamente acudieron a expresar su repudio a la administración genocida encabezada por EPN. Se dice de los primeros, en general, “…son individuos con órdenes directas de arriba de incitar a la violencia”, cumplen una función de irrupción y desarticulación de las formas “pacíficas” que se plantea el movimiento como las opciones para estructurar la resistencia, pienso… ¿el movimiento se plantea la movilización pacífica como método único? Habría que aceptar, con el contundente ejemplo de las acciones emprendidas por los compañeros normalistas en Guerrero que esto no es así… La pacífica, es una forma particular de articular acciones al interior del movimiento, y en general requiere para existir un contexto con algún grado de tolerancia por parte del poder establecido, un margen para la acción política pública en el marco de ciertas garantías para el libre ejercicio de la resistencia o de la aceptación las condiciones de nuestro país, según nos oriente el buen criterio … Consideremos que tales condiciones no existen más, que en el diminuto centro que resguarda “la razón pacífica” de los embates de la “barbarie periférica”, ya han comenzado las detenciones arbitrarias, la imputación de delitos sin ningún fundamento, y que a esto se suma, la violencia urbana cotidiana, el secuestro, el robo, la extorción, la trata de personas, la corrupción de funcionarios y demás embates cotidianos delineados por el horror que nos causa, la completa ausencia de información confiable sobre las características específicas, con las que se manifiesta la problemática actual en cada región de la unidad política y territorial a la que nombramos  México, nuestro país, por el horror que causa la ignorancia, para decirlo bien.

Tal incertidumbre nos invita a resguardarnos en nuestra normalidad y a acurrucarnos en un discurso que nos conforte, obviamente vemos ventajas en permanecer mediante la  frágil o audaz organización de un discurso, en nuestras zonas protegidas, -nuestras zonas mentales y físicas- aún cuando la descomposición del tejido que da sustento a la posibilidad nuestra vida  pacífica en esta zona, esté completamente destrozado, es así, el centro económico del poder establecido es nuestra ciudad y ella depende directamente de la riqueza que los pueblos generan en todas las regiones del país y que hoy,  para llegar hasta aquí, está requiriendo del uso de un tipo de violencia que ha degradado hasta la médula la vida social en todas las regiones, a tal punto que las salidas pacíficas al conflicto, parecen hoy canceladas.

Esto no quiere decir que la acción pacífica no tenga lugar en otros contextos de esta misma guerra, pero sí que la acción no pacífica debe ser considerada en su justa dimensión, en su coyuntura o contexto específico. La violencia que hoy emplean los estudiantes, las autodefensas, y todas las comunidades que se alzan frente a las fuerzas del narco-Estado, es completamente distinta de la ejercida por éste para mantener el clima de pánico entre la población y así asegurar la libre implementación de sus reformas, de su robo, de su impunidad. No es lo mismo la violencia objetivada de una acción directa organizada , que la violencia que desata la acción irreflexiva y aislada de sujetos presos del miedo, sometidos a una orden que no comprenden y de la cual no reconocen posibles consecuencias,                  

La acción irreflexiva y aislada se distingue por su despropósito social, una acción de este tipo no cabe en este movimiento, y no por cuestiones morales, sino por cuestiones que nos remiten a la propia naturaleza de este momento histórico, una acción de este tipo, no nos moviliza y es fácilmente distinguible, la torpeza del narco-estado es inmensa. Las acciones de este tipo no sirven más que a los intereses de quienes quieren que nada pase, que en este caso son los autómatas que están dominados por el miedo a tal punto, que se pasan el día reciclando justificaciones para dar sentido a su “actividad pacifista”, que se traduce, en un contexto de devastación y despojo, en una actividad sumamente violenta, una actividad que no contribuye más que a la reproducción del modelo civilizatorio en los términos que la razón dominante demanda, que se manifiesta en el profundo deseo de regresar a la normalidad. La razón del terror es la razón de la normalidad a toda costa, la parálisis normalizada, normalidad que nos condena a reírnos de nuestra degradación ética, de nuestra perversidad, de nuestra dictadura perfecta. Normalidad que nos condena a saber que así como vamos, no vamos a ninguna parte y aún así seguir deseándola.
La quema de la puerta del Palacio Nacional, puede representar el inicio del fin de la normalidad obligada, no cometamos el error  de confundir los actos de la voluntad, con los actos del poder, los actos de personas hartas y valientes, con los actos del Estado para reproducir su lógica terrorista. Del reconocimiento de esa distinción depende directamente la posibilidad de mantener la unión de un movimiento que corre el riesgo de ser dividido y diluido de nueva cuenta por las estrategias mediáticas del Estado genocida, como tantas veces antes ha sucedido.
¿De qué dependerá esta posibilidad de seguir unidos? Nuestra confianza en este movimiento de resistencia, debe fundarse en la aceptación de la autonomía de la acción con la que cuenta cada individuo, y del acompañamiento y respaldo de todas aquellas acciones que tengan como objetivo, debilitar material y simbólicamente el discurso hegemónico y construir situaciones donde la recuperación de ciertos espacios ocupados por el poder se vuelvan factibles, desde los territorios y sus recursos en juego, hasta los edificios desde donde los siervos del terror despachan, como el Palacio  Nacional.

Está claro, que aun habiendo conseguido tomar simbólicamente el Palacio, al cabo de un tiempo, las fuerzas del Estado hubieran acudido a su recuperación con su habitual lujo de brutalidad, que los costos hubieran sido cualitativamente distintos, y estaríamos hablando de otras repercusiones, quizá más lamentables aún.
No creo que el día de hoy, alguien piense que un hecho como el del sábado vaya a resolver nuestro problema como nación, ni mucho menos,
la autonomía de la acción requiere considerar minuciosamente el margen de la propia libertad en relación a la libertad de terceros, fundamento de su efectividad real, -fundamento de una autonomía personal, comunitaria y nacional realmente funcional, la persona o grupo que ejerce su autonomía con conciencia busca siempre la unidad de la teoría y la acción, en ese sentido, una responsabilidad  total con la situación. Una autonomía autoconsciente se desmarca por sí sola de cualquier infamia o falsedad, y es por esa facultad de la acción autónoma que podemos distinguir entre la gente que actuamos en función de un genuino impulso transformador, y la gente que nos es mandada por el Estado para provocarnos. Porque aquel que está ahí por ordenes exteriores, no será capaz de defender con su palabra y su presencia los intereses que hoy nos convocan. Así que las etiquetas tan socorridas de vándalos, provocadores e infiltrados con los que fácilmente se hace tabla raza de las personas involucradas en este hecho, deben ser puestas con nombre y apellido, o sólo contribuirán  al sospechosismo, a la falta de confianza y a la desintegración del cuerpo que hoy defiende su integridad arriesgando su propia vida y su propia libertad. Es muy fácil señalar desde la comodidad del no lugar, de la no situación. Desde ahí, claro que todos podemos ser muy objetivos y analizar con detenimiento las formas más adecuadas de acción directa, pero hace falta estar ahí y estar harto de vivir aterrorizado por tu gobierno, para tomar parte en una acción de ese tipo, hace falta valor para coordinarse en el momento con otros para defenderse de la embestida de los amables granaderos, aún cuando corras el riesgo de que los mismos que dicen estar a favor de tu causa, se desgarren las vestiduras por tu decisión, y pasen más tiempo discutiendo y polemizando sobre lo inapropiado de tu accionar, que planificando una organización tal que nos permita generar acciones que tomen en cuenta los intereses de todas las partes involucradas en la circunstancia actual del país, para el deslinde de responsabilidades y para la construcción de un nuevo escenario, donde la paz sea real y no esta normalidad inconsciente a la que aspiran los que se perciben a sí mismos como intocables. Ante la torpe  reacción del Estado frente a este hecho y todos los que han venido sucediéndose para colocarnos en esta triste y desolada realidad nacional,  es nuestro deber declarar nuestra  solidaridad con toda acción que tenga en su espíritu la liberación de este pueblo, de estas multitudes nuestras, que desean avanzar unidas en la búsqueda de nuestrxs desaparecidxs y en la reparación del daño que esta violencia de Estado está provocando en todos los niveles de nuestra vida social.



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