Nos faltan 43

Nos faltan 43

lunes, 29 de diciembre de 2014

Al estudiante que usa la asamblea para alargarse el pito, mientras todo estalla.

De qué está hecha nuestra indolencia?

De qué está hecho aquel momento en el que todo queda para después, en el que toda nuestra potencia se vacía y se queda contenida en un medio grito, en un medio silencio…
De qué está hecha la palabra que emerge de nuestros hocicos cuando nos sentimos agraviados por esta violencia de Estado a la que le gusta hacerse pasar por democracia, a la que le gusta suplantar la voluntad de la población por la voluntad de unos poquitos muy enfermitos de poder.
Con qué cara miramos al espejo en el día a día? Con la misma que se regodea con la miseria del otro sólo por la necesidad de sentir un consuelo ante el propio vacío? Con la que se complace de no ser anarquista porque eso son unos vándalos? Con la que se complacen de no ser de AP porque esos son todos unos vendidos? Con la que se complacen de no ser chairos porque esos son unos pachecos mariguanos? Con la cara de aquel que disfruta mucho no siendo señalado? Eso es pura y llana cobardía, y esa cobardía es la que ha conseguido separarnos como generación al menos desde el 99, última vez que todas las facultades alcanzaron un acuerdo inicial de participación política con un objetivo común.

Es muy lamentable el hecho de que estemos apenas intentando organizar una respuesta frente a una bestia que lleva suelta por lo menos 26 años, y que por lo visto, lleva al menos 8 años siendo una bestia adolescente en plena euforia. Al menos ocho años lleva suelta asesinando y descuartizando personas en todo el territorio, y con nuestra complicidad, ¡sí!, aunque nos duela admitirlo frente al espejo. Todas y todos los que legitimamos con nuestra participación los circos electorales de 2006 y 2012. Todas y todos los que eludimos apoyar las luchas de otros gremios, por “no representar los intereses del estudiantado” Está claro que nadie está en posición de adelantarse a los hechos… o ¿sí lo estuvimos?

Me parece que es momento de asumir nuestra responsabilidad en la catástrofe nacional, va a ser muy fácil buscar culpables, y hasta puede ser sencillo encontrarlos, siempre que no seamos nosotros claro, ese es el verdadero problema. Todos queremos que la situación se resuelva y que el país sane de sus profundas heridas abiertas, pero en lo general, no nos estamos planteando renuncias que en este momento son trascendentales.

No nos planteamos, por ejemplo, una lucha más allá de nuestra condición estudiantil, tenemos harto miedo de perder esa posición, no vaya a ser que nos quedemos sin chamba en el futuro… hay que ser previsores y ordenados con nuestras prioridades personales ¿no? Lo de la lucha pus es como una buena onda que tiramos ¿no es así?

Parece el mismo juego de siempre, que todo el mundo cambie, pero que el paro sea sólo de 72 horas, no queremos tampoco perder tantas clases, no queremos afectar a los compañeros que no están de acuerdo con que se impongan medidas, somos muy democráticos, por eso vamos a la Escuela. Queremos ser demócratas para no ser autoritarios, damos por sentadas tantas cosas como generación…

Qué de democrático tiene que ante la desaparición forzada de más de 30 mil personas nosotros queramos en lo posible mantener cierta normalidad?  Cómo es eso posible? No estaríamos imponiendo esa normalidad a la gran mayoría de la población en el país que se encuentra secuestrada en sus casas por temor a ser levantados por unos sicarios al servicio del poder que nuestra Institución legitima con su Narro, perro fiel? Cómo es que tenemos ganas de seguir nuestro proyecto personal como estaba planeado por nuestros padres? Termina la universidad mijito, no la vayas a cagar como nosotros… un chantaje de este tipo es el que muchas veces acude a nuestra mente cuando nos toca analizar si deberíamos apoyar una huelga indefinida y general o si mejor hacemos como que apoyamos pero sin que pase nada, para que yo pueda seguir con mis planes…  un proyecto como el de la UNAM actualmente, como está planteado, no puede ofrecernos algo más que promesas y un status que no hace sino engañarnos, haciéndonos creer que somos personas de otro nivel. Pocas cosas nos han hecho tanto daño como la meritocracia con la que se legitiman las farsas, las falsas democracias nacionales de los países como el nuestro, en donde todo se mide en función de años de escolaridad, que no son otra cosa que años de obediencia.
Me parece que este momento histórico demanda de nosotros algo más que buenos deseos y buenas intenciones, demanda mínimamente un gran trabajo de reflexión personal, una búsqueda interior que nos recuerde lo que tenemos en común con los desaparecidos más allá de nuestras funciones sociales, a ver si recordamos de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos.

A ver si podemos extraer de este momento, la sustancia y podemos de una vez dejar atrás la apariencia. 

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