De qué está hecha
nuestra indolencia?
De qué está hecho
aquel momento en el que todo queda para después, en el que toda nuestra
potencia se vacía y se queda contenida en un medio grito, en un medio silencio…
De qué está hecha la
palabra que emerge de nuestros hocicos cuando nos sentimos agraviados por esta
violencia de Estado a la que le gusta hacerse pasar por democracia, a la que le
gusta suplantar la voluntad de la población por la voluntad de unos poquitos
muy enfermitos de poder.
Con qué cara miramos
al espejo en el día a día? Con la misma que se regodea con la miseria del otro
sólo por la necesidad de sentir un consuelo ante el propio vacío? Con la que se
complace de no ser anarquista porque eso son unos vándalos? Con la que se
complacen de no ser de AP porque esos son todos unos vendidos? Con la que se
complacen de no ser chairos porque esos son unos pachecos mariguanos? Con la
cara de aquel que disfruta mucho no siendo señalado? Eso es pura y llana
cobardía, y esa cobardía es la que ha conseguido separarnos como generación al
menos desde el 99, última vez que todas las facultades alcanzaron un acuerdo
inicial de participación política con un objetivo común.
Es muy lamentable el
hecho de que estemos apenas intentando organizar una respuesta frente a una
bestia que lleva suelta por lo menos 26 años, y que por lo visto, lleva al
menos 8 años siendo una bestia adolescente en plena euforia. Al menos ocho años
lleva suelta asesinando y descuartizando personas en todo el territorio, y con
nuestra complicidad, ¡sí!, aunque nos duela admitirlo frente al espejo. Todas y
todos los que legitimamos con nuestra participación los circos electorales de
2006 y 2012. Todas y todos los que eludimos apoyar las luchas de otros gremios,
por “no representar los intereses del estudiantado” Está claro que nadie está
en posición de adelantarse a los hechos… o ¿sí lo estuvimos?
Me parece que es
momento de asumir nuestra responsabilidad en la catástrofe nacional, va a ser
muy fácil buscar culpables, y hasta puede ser sencillo encontrarlos, siempre
que no seamos nosotros claro, ese es el verdadero problema. Todos queremos que
la situación se resuelva y que el país sane de sus profundas heridas abiertas,
pero en lo general, no nos estamos planteando renuncias que en este momento son
trascendentales.
No nos planteamos, por
ejemplo, una lucha más allá de nuestra condición estudiantil, tenemos harto
miedo de perder esa posición, no vaya a ser que nos quedemos sin chamba en el
futuro… hay que ser previsores y ordenados con nuestras prioridades personales
¿no? Lo de la lucha pus es como una buena onda que tiramos ¿no es así?
Parece el mismo juego
de siempre, que todo el mundo cambie, pero que el paro sea sólo de 72 horas, no
queremos tampoco perder tantas clases, no queremos afectar a los compañeros que
no están de acuerdo con que se impongan medidas, somos muy democráticos, por
eso vamos a la Escuela. Queremos ser demócratas para no ser autoritarios, damos
por sentadas tantas cosas como generación…
Qué de democrático
tiene que ante la desaparición forzada de más de 30 mil personas nosotros
queramos en lo posible mantener cierta normalidad? Cómo es eso posible? No estaríamos imponiendo
esa normalidad a la gran mayoría de la población en el país que se encuentra
secuestrada en sus casas por temor a ser levantados por unos sicarios al
servicio del poder que nuestra Institución legitima con su Narro, perro fiel? Cómo
es que tenemos ganas de seguir nuestro proyecto personal como estaba planeado
por nuestros padres? Termina la universidad mijito, no la vayas a cagar como
nosotros… un chantaje de este tipo es el que muchas veces acude a nuestra mente
cuando nos toca analizar si deberíamos apoyar una huelga indefinida y general o
si mejor hacemos como que apoyamos pero sin que pase nada, para que yo pueda
seguir con mis planes… un proyecto como
el de la UNAM actualmente, como está planteado, no puede ofrecernos algo más
que promesas y un status que no hace sino engañarnos, haciéndonos creer que
somos personas de otro nivel. Pocas cosas nos han hecho tanto daño como la
meritocracia con la que se legitiman las farsas, las falsas democracias
nacionales de los países como el nuestro, en donde todo se mide en función de
años de escolaridad, que no son otra cosa que años de obediencia.
Me parece que este
momento histórico demanda de nosotros algo más que buenos deseos y buenas
intenciones, demanda mínimamente un gran trabajo de reflexión personal, una
búsqueda interior que nos recuerde lo que tenemos en común con los
desaparecidos más allá de nuestras funciones sociales, a ver si recordamos de
dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos.
A ver si podemos
extraer de este momento, la sustancia y podemos de una vez dejar atrás la
apariencia.
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