Nos faltan 43

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lunes, 29 de diciembre de 2014

La estructura profunda del Proceso… primera parte.


Noam Chomsky ha manifestado ya que existe en el niño, una estructura profunda –con una lógica que le es propia- que se manifiesta independiente del “proceso educativo” al que aquel es arrojado desde el momento de su nacimiento. Sí, la vida es el proceso educativo per se, la vida es en sí “El proceso de los procesos”.

Digamos que “El Proceso” es un único proceso. Cada una de las manifestaciones particulares de ese proceso se haya subordinada a éste, tal es su naturaleza, ser la estructura única y original. La unidad de los elementos que funda la forma. Digamos que, sin unidad, no hay sistema, sin unidad en cada relación no hay vitalidad, sin interacción reciproca, no hay ánimo, energía, vida.

Sostengo que la unidad es el presupuesto de todo conocimiento de la realidad, la posibilidad misma de reconocer las conexiones que impulsan a la sustancia a cambiar de cuerpo, a transformarse de una forma a otra.

Sostengo también que la unidad es un presupuesto físico y metafísico, natural y cultural,
es un hecho y al mismo tiempo una premisa, es decir, contiene en sí, toda la sustancia del “Proceso”, toda la energía que anima el movimiento del conjunto universal, “aquella estructura profunda se manifiesta en el ser, como un fenómeno propio, con una naturaleza lógica inherente que dirige su curso en función de su propósito, propósito que constituye “el gran misterio de la conciencia” el rumbo hacia el infinito de las posibilidades intuidas.

La unidad fundamenta la estructura profunda como un sistema complejo universal que se realiza en una interacción infinita entre formas de energía vitales e inerciales, manifestadas en una continua recombinación de la sustancia una. Esta mezcla constante deviene en equilibrios y desequilibrios que sostienen el cuerpo según la cualidad de la sustancia que lo anima, estos equilibrios y desequilibrios dependen de los grados de voluptuosidad de la energía, cada interacción produce una forma particular de manifestación, a veces produce formas sutiles e invisibles y otras veces evidentes rocas que chocan con todo, generando explosiones llamativas. Cada forma particular que adquiere la sustancia es en sí una personalidad, un símbolo específico que remite a algo más extenso o más diminuto que es distinto, singular. Esa distinción genera un espacio vacío, el espacio, donde nada es nada, sin particularidades ni generalidades, el espacio a a donde el “Proceso” se dirije; si se concibe la libertad, es porque se concibe ese espacio al cual uno se mueve cuando ya no hay espacio, ese espacio es, por así decirlo, el “Proceso” hacia la libertad,  es así que concibo a la Libertad; como el espacio vacío al que se dirigen unidades  –distintas en la superficie- dentro del mismo “Proceso” y que son una comunidad, en tanto que identifican cada distinción como una posibilidad de acceso a la Libertad, de esta identificación depende la permanencia temporal de la unidad que constituye el “Proceso”mismo, la permanencia de la conciencia del “Proceso” en común, es la permanencia de la comunidad. Esta distinción funda la separación analítica y luego dialéctica entre Voluntad y Circunstancia, entre aquello que es único en cada uno y que constituye la referencia base para distinguir nuestra función particular en el movimiento general, para distinguir las libertades, que las distinciones hacen posibles para mantener la comunidad. El cómo de la unidad permanente…

Continuando con este acto que se pretende a sí mismo como un ejercicio analítico- dialéctico, establezco que la pertinencia  de este texto descansa en el manto sutil de la sustancia, aquel terreno de la conciencia que está abierto a la exploración, y al cual uno debe entrar con seguridad y arrojo, con una fe que se piense a sí misma como un acto de confianza pura, de certeza absoluta del reconocimiento de una unidad lógica propia, que permanece interactuando con el reflejo que de ella, construye La palabra, mi palabra, nuestra palabra.

Con este ejercicio de empuñar la palabra conocida en la superficie, se manifiestan aquellas otras que emergen de las profundidades de la inmensidad de la conciencia.
Este es en un sentido profundo, un acto de provocación, deseo provocar en ustedes y en mí, las revelaciones necesarias para descubrir cada vez más elementos del propósito de aquella inteligencia infinita que nos dota de señales a cada paso en nuestro particular proceso.
Es así, este documento no tiene otra finalidad, que la de plasmar desde la honestidad que plantea la aceptación de mi casi absoluta ignorancia, ciertas claves para establecer un diálogo constructivo con uno mismo, con la unidad en sí, con aquella estructura profunda a la que Chomsky se refiere.

¿Cómo comenzar el diálogo?

Vaciándose de certezas, acallando el ruido mental que se manifiesta a través de ocurrencias, pensamientos que no tienen que ver con el propósito manifestado: “dialogar con uno mismo”.
Es decir, se plantea primero un objetivo: “dialogar con uno mismo”.
¿Cómo confiar en la honestidad de esta intención? ¿cómo reconocer ésta como una intención de nuestra profundidad, si se concibe en nuestra mente navegando en el océano de las ocurrencias?
Es aquí fundamental la confianza en el poder de la intuición. La intuición, me dicen mis adentros, es aquella facultad nuestra, propiedad de toda sustancia viva, de aceptar el paso que se dá, como un paso verdadero, como un paso necesario hacia la verdad interior, como un paso que no elegimos racionalmente entre las múltiples opciones que nuestra mente concibe como posibles, sino como un paso que damos por el impulso de una verdad que trasciende aquellas verdades efímeras que circulan en nuestra mente, y que se diluyen en el momento crucial… en ese momento, sólo la confianza en que la decisión que se toma es la adecuada a nuestro propósito interior puede provocarnos el silencio necesario para comenzar a escucharse a uno mismo….

¿Cómo reconocer la voz de uno mismo?

La voz de uno mismo, se puede presentar, como una sensación mental de pleno significado, la concatenación de palabras fluye a través de nuestra mente de manera ordenada, de forma inusual para aquellos que como a mí, habitamos frecuentemente el desorden de la mente irreflexiva; reconozco la irreflexibilidad de mi mente en aquellos momentos en los que pienso lo que  hay, sin pensar en que lo que hay responde a una necesidad particular, para un momento particular; aquellos momentos en los que no pienso desde el presente. Es decir, reconozco los momentos y grados de mi irreflexibilidad  precisamente en los momentos de reflexividad profunda, en el diálogo profundo conmigo mismo.

Sólo de este diálogo logro sacar las palabras que llenan de certidumbre mi incertidumbre. Las palabras que llenan mi vacío para vaciarme otra vez al infinito…
Del análisis de estos diálogos extraigo conclusiones que visibilicen en un código compartido, en nuestro lenguaje, las certezas más profundas de mi ser, aunque las palabras que elija para manifestarlas no necesariamente despierten la sensación de plena significación en aquellos que de forma inercial o voluntaria, se hayan encontrado con estas palabras.

¿Cómo distingo los momentos de mi irreflexibilidad?

Se siente como un prisión.
Los momentos irreflexivos, son los momentos donde me siento inmerso en la inercia de la incomprensión, aquellos momentos de los que nada puedo decir ni pensar hacia mis adentros, porque desconozco de fondo su  naturaleza, aquellos momentos en los que siento que me contraigo ante el insostenible peso de la Historia. Aquel momento en donde me siento arrastrado por las consecuencias de las acciones del conjunto de los seres que han sido siempre, “la estructura profunda de nuestro ser”. El instante en el que la vida me obliga a reconocer que mi voluntad está atada al destino de todos, el momento en el que  la dimensión de mi responsabilidad se funde con la responsabilidad de la vida, es como un secuestro del propio sueño, que me arroja a una posible pesadilla o a un sueño aún más ambicioso, quizá el sueño de una época, el sueño del universo.

Así es, creo que la irreflexibilidad, es parte del “Proceso” como la contracara de nuestro deseo, de nuestra utopía personal. Es por ello necesaria para el “Proceso” en su conjunto, es el objetivo natural de la voluntad, su histórica contra, cuando su propósito es ser más de sí misma, cuando su propósito es derramarse en el universo como una fuerza que trascienda las condicionantes históricas, como un poder que se sobrepone a la voluntad del sistema cultural que lo condiciona, como un ejemplo.

El momento irreflexivo es la parte del “Proceso” que transcurre en el pensamiento, en  la visibilización de conceptos que emanan del universo inconsciente, o del subconsciente como Freud lo nominó.   La manifestación del subconsciente en la vigilia se da en los momentos en los cuales la voluntad se diluye con la inercia de la marea histórica, el subconsciente se manifiesta construyendo escenarios mentales para habitar, tal como lo hace en el sueño, reconstruye el presente a través de categorías que ocurren y tienen sentido en su mundo, al hacerlo crea instituciones, estructuras superficiales que dan sentido y un orden a algo que denomina cultura –su historia-, para proponerse, con ayuda del deseo –impulso vital -, un futuro al cual acudir, un horizonte.



Caracterizaremos a este momento de la vida subconsciente, como un momento en el que se detiene la atención a las necesidades de la presencia del cuerpo, para atender las necesidades del subconsciente, del propósito de la conciencia más allá del ejercicio de la voluntad –particular -consciente, es decir, para atender el propósito de aquella estructura profunda que entiendo como voluntad –universal- de una conciencia que sigue su propia lógica, y con un destino que ha constituido y constituirá siempre el gran misterio del Proceso en el cual estamos insertos,  empero, más allá de nuestra voluntad consciente, más allá de las preguntas que nos hagamos sobre  “El proceso”.

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